Los adultos
estamos tan acostumbrados a dirigir y guiar a los niños que incluso creemos que
les estamos ayudando. Con toda la buena intención, buscamos cómo rellenarles su
día a día con nuestras propuestas y actividades de lo más interesantes y
estimulantes para que no se aburran, para que aprendan mucho, para que tengan
una buena educación... Desconocemos que les estamos distrayendo y alejando de
su propio programa interno de aprendizaje. Y que cada vez esperarán más que les
entretengan desde afuera en lugar de conectar con su escucha interna. Pero los
niños vienen capacitados para guiar óptimamente su aprendizaje desde adentro.
Si los adultos que los acompañamos así se lo permitimos...
Cuando un niño
empieza a ser guiado en lo que «le conviene» aprender, pospone su propio
programa interno de aprendizaje y delega el desarrollo de su potencial de su
plan de ruta en manos de los adultos. Los adultos se convierten entonces en
«quienes saben», y tienen la responsabilidad sobre el propio aprendizaje.
Un niño que
desde siempre ha sido respetado en su libertad de aprendizaje es sencillamente
capaz de escucharse y seguir los dictados de su corazón. Cuando un niño ha sido
continuamente motivado desde el exterior, dirigido desde afuera, aprende a
acallar su corazón y esperar indicaciones ajenas.
Pero eso sucede
desde la desconfianza de los adultos, según los cuales los niños vienen a
perder su tiempo jugando y haciendo cosas que no les convienen. Como si jugar
no se correspondiese con un sofisticado mecanismo evolutivo desarrollado por
nuestra especie que permite elaborar y comprender el mundo de una manera
sencilla y fascinante para los niños...
Es un
milagro que la curiosidad sobreviva
a la educación
reglada, Albert Einstein.
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